La Mujer Caleidoscópica

Tentación

En su caminar por la gran ciudad, el alma se cruzaba con otros seres espirituales que iban a gran velocidad. De repente Belcebú cogió con sus garras de animal un pincel y lo mojó en su paleta de grises y oscuros colores. En la imaginación del alma comenzó a desfigurar los rostros con que ésta se cruzaba por las grandes avenidas. Belcebú se recreaba pintando horribles expresiones donde antes había desapercibidos rostros. El juego había comenzado.

Mantis religiosa

Su cuerpo, enraizado por un grueso falo, se encorvaba, cayendo los estilizados brazos y el largo cabello, como las ramas de un sauce llorón, sobre el desnudo amante. Como en tiempo de otoño, las hojas saladas se desprendieron de sus ojos negros, bañando la cara del hombre. Éste, ido por el placer, sintió un bautismo religioso. La mantis lo devoró con su usual entrega. De pronto la muerte se cebó sobre el amante.

La rosa alucinógena

El Sol se dejo mecer por la Luna. De ambos cayó una lágrima estrellada en la fría noche del desierto. Antes del amanecer la lágrima de estrella se había solidificado en una mancha de escarcha. Con los primeros rayos del día la escarcha se derritió y de ella nació una extraña rosa negra. Los días pasaban y la rosa crecía en medio del desierto desolador. En cierto momento comenzó a sentir sed.

La mujer real

El estanque permanecía dormido. Con los primeros rayos del Sol, la mañana de invierno empezó a desperezarse. La luz del Astro Rey, huidizo en tiempo de frío, enfocó una orilla del lago. Agazapada, entre los espinos de acebo, se acurrucaba la Mujer Real. Tiritando, muerta de hambre, empezó a picotear entre los arbustos. Sus patas, más escuálidas que nunca, apenas sostenían un cuerpo, que parecía el de un cervatillo recién nacido. Los copos de nieve cubrían de una limpia blancura el universo de la mujer.

Eva redimida

Desde la buhardilla la ciudad se veía como una selva de zarzas y espinos. Antaño lo que ahora era una selva había sido un cálido jardín colorista. Eva contemplaba desnuda la vista desde su pequeño y desvencijado balcón. Durante toda la noche había estado meditando hasta que por fin el día llegó. La joven entró en su habitación, lanzó una última mirada a la ropa posada sobre una silla de mimbre y salió desnuda a la calle. Valientemente andaba por las calles con la mirada alta. La ciudad se empezaba a quitar las legañas.

El ojo de cristal

Había pesado tres kilos y medio. Sin duda, la niña parecía hermosa. Como todos los niños vistos por sus padres. Morenita, con el pelo rizado. Pero parecía tener algo extraño. El brillo de uno de sus ojos era exageradamente intenso. Pasaron los meses y la niña ya gateaba por toda la casa mientras su ojo despedía una fuerte luz que dejaba una estela de baba plateada. Pasaron los años y la niña ya andaba por todo el parque , portando su ojo con la inconsciencia con la que el caracol acarrea su concha.