Le pondrás por nombre Emmanuel
La ciudad era una esfera de acero. La polución hacía ya tiempo que no permitía ver el Sol de una forma diáfana, por lo que resultaba un autentico milagro que unos rayos de esta gran estrella atravesasen la boina de contaminación y que, además, fueran a iluminar la habitación de una mujer elegida por La Providencia. A la luz, pálida como el mármol, se le unía una ligera brisa que hacía que las cortinas de la ventana entreabierta pareciesen cintos de mariposas blancas en un incesante y febril revoloteo.