Moscas, gladiolos y palomas
La joven subía con mucha prisa la cuesta. Apenas tenía tiempo para observar los obstáculos que sorteaba en su camino. Torció a mano izquierda y divisó la torre de la iglesia que despuntaba entre los árboles. Era una tarde de sol. Cuando llegó a la blanca capilla de estilo protestante, abrió el candado de las oscuras rejas que la protegían. Empujó la puerta de madera marrón y entró en el templo vacío. Al fondo, un gran mural, el de la última cena con el ojo vigilante de Dios. En el recogido altar, una vasta mesa de mármol vestida con un resplandeciente e impoluto mantel.