Morir como un elefante
Por fin la paz ya ha llegado. Ha sido la providencia que, como cigüeña, ha traído a mi casa el hijo de la reconciliación con la vida. Poco me queda ya de existencia.
Por fin la paz ya ha llegado. Ha sido la providencia que, como cigüeña, ha traído a mi casa el hijo de la reconciliación con la vida. Poco me queda ya de existencia.
Un, dos, tres, Perucho, salta. Mi perrito Perucho está titubeando entre saltar: da un paso adelante, y no saltar: da dos pasos atrás mientras con los movimientos de su cabecita calcula la distancia que hay entre el sofá y el suelo. Un, dos , tres, Perucho, salta. Pero Perucho no salta.
Dos fotografías, dos mujeres, dos vidas. A una la cámara la adora, a la otra, la aborrece.
Para una tullida, el gran mundo es como un aula de colegio que se queda pequeña, en la que reina un claustrofóbico ambiente. Las solas calumnias que se cuchichean por el viento hacen de barrotes que recuerdan a la niñez, en concreto a la imagen clavada en la retina para siempre de una vieja osa, llamada Petra, encerrada en una pequeña y estresante jaula del parque.
Todas están expectantes, pues todas quieren conocer a la nueva postulante, desde la madre superiora, pasando por la maestra de novicias, hasta la más joven monja del convento. Entran todas en el templo y, como si fuesen sordomudas, en un silencio sobrecogedor, nadie se atreve a pronunciar palabra.
El relojero divino marca el día iniciando el mecanismo gracias al cual se entona una hermosa canción de amor. El reloj de la plaza da las doce del mediodía, la hora de El Ángelus, que rezan los elegidos para El Paraíso. Al mismo Tiempo, Satanás da cuerda a cada uno de sus secuaces, que, cual muñecos autómatas, comienzan a caminar, usando sus lenguas bífidas contra el nuevo chivo expiatorio.
Llegó el tan temido y, a la vez, esperado tiempo en que Dios echó mi alma a los perros. El Demonio, libre de pies y manos, se ensañó todo lo posible en mí a través del hiriente desprecio del vulgo.
¿Caótico o sencillo? Un ser, tocado por la gracia divina, se desenvuelve por debajo de la tierra como un topo. Éste, a diferencia de la especie de roedores, de vista prodigiosa. Sus ojos ordenan planos y señales con la facilidad de un demiurgo que echa el caos de tu vida. Tú, que lo acompañas como una perra sumisa, te sientes como una criatura torpe y prescindible.
Si fuese una santa, mi nacimiento a la vida hubiese sido anunciado por una de esas profecías de los visionarios divinos.