Historias ya contadas

Mi Flaubert

Mi nombre es Emma, Emma Bovary. Vivo en una región del Sur de Francia con mi marido. No tenemos hijos. Mi pobre marido siente verdadera adoración por mí. Desgraciadamente, yo no puedo decir lo mismo. He tenido varios amantes. Esperaba que ellos me rescatasen de la cárcel que era mi vida. Pero todas mis esperanzas se han ido al traste. Ante el oscuro panorama he sufrido una de mis grandes crisis nerviosas.

Lolita

Entré en el café y me senté en mi sitio de siempre. Abrí el libro de alemán y comencé a diseccionar los kilométricos vocablos al buscarlos por el diccionario. Levanté mis ojos de la disección y unas manos llamaron mi atención. En frente de mí había una joven con aspecto de haber dejado hacía la adolescencia. Sus manos eran bonitas. Eran agraciadas, inequívocamente de una mujer. Comparé sus manos con la mías. Las mías no es que fuesen feas. También eran bonitas, pero, a diferencia de las suyas, bien podían parecer también las de un hombre.

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La vida es sueño

- Murió en la bañera, ¿sabes qué llevaba en la mano?- dijo su amigo con cara de asombro.

-No- respondió ella, expectante.

- ¡ Tenía una esponja !- respondió el joven, como si acabase de revelar una gran sorpresa.

- Toma- dijo ella entre risas- ¡ Estando en la bañera, no iba a llevar una jabalina!

El niño Alonso Quijano

Las gallinas revoloteaban esparciendo el polvo a través de la luz que entraba por una de las ventanas del gallinero. Estaban asustadas ante el torbellino del niño Alonso Quijano. Como cada mañana, Alonso se escapaba del control de los adultos e iba a parar a ese lugar de la hacienda que para él cobraba tintes de inusual misterio. Jugaba a que esos escandalosos seres con plumas eran soldados de un batallón de infantería, poniéndole a cada gallina un nombre de guerra. Quijano veía en cada minuto un nuevo peligro al que él y sus gallinas debían de enfrentarse.

El banquete de Viridiana

Una fila de menesterosos esperaba a la puerta de la casa. Tullidos, ciegos, harapientos, hombres desdentados, por fin, entraron en el gran comedor. Una alargada mesa de madera, vestida con un sencillo mantel blanco, estaba dispuesto en la sala. Sobre ésta, una gran araña de cristal alumbraba el banquete. Los menesterosos, hombres y mujeres, incluso niños, procedentes de toda la ciudad, se sentaron con cierta extrañeza en sus rostros. El banquete fue servido.

El amanuense

En la soledad, fuera del mundo, dentro de los muros de un convento, en el silencio de la fría biblioteca estaba sentado el amanuense. En una de sus manos, la pluma de águila, en la otra sujetaba el manuscrito que con tanto cuidado copiaba. El amanuense era un monje extraño al resto de copistas. Su caligrafía era del todo original. Con las letras no escribía, sino que pintaba cuadros impresionistas, adelantados a su época.

Doña Inés

Doña Inés se asomó al balcón del convento. Llevaba un hábito de un blanco resplandeciente. Parecía un sol entre las estrellas. Don Juan estaba escondido entre los árboles. La luz mórbida que desprendía la novicia lo cegó, pasando a convertirse de burlador en burlado. Desde esa misma noche, Don Juan no faltaba a la cita silenciosa. Tras las espesas ramas, desde la distancia, contemplaba aquel sol que hablaba sin palabras. Doña Inés era bella, virgen y mórbida. La morbosidad era la aureola que, como a una santa, la adornaba.

Don Tancredo

Tancredo estaba en el centro de la plaza. Parecía una estatua impertérrita, hecha de mármol blanco. El sufrimiento de toda su existencia lo había esculpido en una esfinge fría, pero no insensible. Su imperturbabilidad era la que le hacía ver al toro de la vida desde la distancia. El astado salió por la puerta principal. Sus cuernos cortaban el viento. El toro, como un fenómeno de la naturaleza, trataba de embestir, con toda su fuerza, todo aquello que se le ponía por delante.

Cenicienta va al baile

Una joven tullida arrastraba su pierna por la cocina de la casa. Sus hermanas y su madre habían salido de compras por la ciudad. La Cenicienta se había quedado sola, ocultando su vergüenza, que era la de toda su familia. Su cojera no hacía juego con el aire pretencioso de sus hermanas y menos con el pretendido porte distinguido de su madre.