Novela

Le pondrás por nombre Emmanuel

La ciudad era una esfera de acero. La polución hacía ya tiempo que no permitía ver el Sol de una forma diáfana, por lo que resultaba un autentico milagro que unos rayos de esta gran estrella atravesasen la boina de contaminación y que, además, fueran a iluminar la habitación de una mujer elegida por La Providencia. A la luz, pálida como el mármol, se le unía una ligera brisa que hacía que las cortinas de la ventana entreabierta pareciesen cintos de mariposas blancas en un incesante y febril revoloteo.

La Rosa Alucinógena

Mi madre veía arañas en las paredes: terroríficas arañas que andaban por sus noches oscuras de la imaginación. En su juventud había sido una belleza atormentada, con su mirada perdida entre tantas tardes de lluvia. Su afición era ponerse en una banqueta de la cocina, delante de la ventana, y mirar hacia el infinito, hacia ningún punto que la pudiese distraer de su mente, que vagaba por el vacío de la neurosis.