La Caja de Pandora

Blancos sepulcros

Bajo los blancos sepulcros de limpieza cegadora, como mirar al sol en agosto, los liftins y el Chanel número cinco no pueden esconder el fuerte olor de la putrefacción.

El camino de la contrición

Mis faltas en mi vida siempre habían sido desnudadas por mi conciencia ¿Cómo sentir vergüenza de las malas acciones de uno mismo, si la que te juzga es tu misma conciencia? Porque yo me medía a mí mismo.

El descanso de la mujer elefante

Era su última noche. Se miró en el espejo y lo que veía en nada le gustaba, es más, le daba asco. Sin embargo, para otros, era una figura con cierto atractivo. Pero en su mirar solo había una mujer que no se merecía el calificativo de digno ser humano, ya que solo era una bolsa de basura, pues así se lo había repetido hasta la saciedad el maligno.

El letargo de los dioses

Batas blancas que, como palomas, portan en su pico la pastilla diaria antes de la siesta. Ojos saltones, que van describiendo un círculo velozmente por sus órbitas, se acercan a la aséptica eucaristía: cuerpo de Cristo, dice el enfermero extendiendo la mano hacia la boca del enfermo mientras porta una pastilla.

Princesa de mercería

Siempre fue una niña con muchos complejos, entre los cuales reinaba el de pobre. Ninguna caricia y ningún beso sustituyeron a las carencias materiales .Sin gestos de cariño, su pobreza se acentuaba cada vez más.

El libro de la vida

En un principio, el libro de la vida estaba revestido de fuerte y dura piedra sobre la que un Dios, a veces cruel, a veces misericordioso, escribía, con renglones torcidos, muy clara la historia de la humanidad.

La mirada del otro

La mirada del otro se clava como un cuchillo afilado de metal en el cerebro de la víctima. El neonato vive en la placenta del seno materno para dar paso a la gran placenta que es la sociedad.

La niña que le ponía una vela a Dios y otra al diablo

La noche del pecado encendía las mansiones de Venecia, vistiéndolas de oro y diamantes. La gran fiesta empezaba a cobrar su brillo. Las parejas de invitados venían una tras otra, en un majestuoso viaje en góndola por los canales de agua turbia.

Las lagrimas de la Magdalena

Muchos hombres habían pasado por su vida, pero eran como las olas del mar, que vienen y se van sin dejar apenas una huella visible en la arena. Ahora por fin el tiempo supremo había llegado.

Lengua de fuego

En un habitáculo, donde reinaba la oscuridad y el silencio, el joven permanecía sentado sobre una banqueta de mimbre, situada justo en el centro del espacio. Una misteriosa llamada, al amanecer, lo había llevado hasta allí