Sobre la pureza, la carne y la muerte

Moscas, gladiolos y palomas

La joven subía con mucha prisa la cuesta. Apenas tenía tiempo para observar los obstáculos que sorteaba en su camino. Torció a mano izquierda y divisó la torre de la iglesia que despuntaba entre los árboles. Era una tarde de sol. Cuando llegó a la blanca capilla de estilo protestante, abrió el candado de las oscuras rejas que la protegían. Empujó la puerta de madera marrón y entró en el templo vacío. Al fondo, un gran mural, el de la última cena con el ojo vigilante de Dios. En el recogido altar, una vasta mesa de mármol vestida con un resplandeciente e impoluto mantel.

La muerte y la carne

"Venían del paseo por la carretera que llevaba al centro, junto con los educadores que los cuidábamos. Desde las rejas del patio de un colegio de niños, una pequeña contemplaba con extrañeza la marcha de nuestra rutinaria comitiva. Los muchachos se internaron en el edificio de la residencia y fueron guiados por nosotros hacia los comedores, pues el reloj ya marcaba las dos del mediodía. Una vez sentados en el comedor, comenzamos a servirles una sopa demasiado caldosa en la que la carne se echaba de menos."

La cópula de los amantes

Mi respiración alimenta el deseo. La fuerza voluptuosa del movimiento de mi pecho es la cuna que el contacto de tu cuerpo, cada vez más próximo, mece en la noche ardiente del trópico. Te vas acercando como un perro de presa de movimientos lentos. Es entonces cuando de mi templo brotan gotas de sudor que chorrean por sus paredes de mármol blanco. Los cuerpos de los amantes se entrelazan, bañados por el agua bautismal de fragancias que despiertan los instintos.