Cajón desastre

Mi papá

Aquella mañana me levanté tarde. Serían las nueve. Sobre mi cama había varios vestidos. Elegí el negro de forma indistinta, pero a la vez mi inconsciente me decía que había un extraño porqué. Salí de casa y por el camino me encontré con mi vecina Rosi. Iba con un gorro de colores y una enorme falda hippy. Cargaba con muchas bolsas de la compra. Empezamos a hablar, como era habitual, del tiempo. Aquella mañana había amanecido despejada. Un inusual sol nos regalaba todas sus luces. En ese momento sonó el móvil. Era mi hermano, que estaba en una reunión en Madrid.

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La mujer de los pies grandes

La mujer de los pies grandes está condenada a quedarse sola. La mujer de los pies grandes asusta porque por sus pies camina un alma tan oscura y profunda como un agujero negro. La mujer de los pies grandes va dejando abismos en sus huellas. El hombre asustadizo, el mitad hombre con patas de rana, huye de las profundidades porque en el fondo siempre está huyendo de sí mismo. Desde su cobardía ve la vida pasar y un sinsentido corona su tiempo.

La cucharada del olvido

La mente de Fernando era un cajón de sastre. En ella se entremezclaban las risas de sus nietos, el sonido de las cucharas tropezando contra los platos de sopa, la voz de su hija, cada vez más cansada, y los desestructurados recuerdos que estaban en su cabeza como las piezas de un rompecabezas sin hacer. Fernando estaba postrado en un sofá desde hacía años. A menudo su hija lo tenía que atar para que no se pusiese en peligro. Fernando sufría; hacía mucho que había perdido la cabeza.

El jardín de la locura

Cogí cuidadosamente la rosa entre mis manos. Como en una ensoñación, me vi, en una imagen empañada por el recuerdo, en el jardín de la locura, con mi rosa a punto de ser plantada por mí cuidadosamente en la tierra. Mi jardín estaba hecho de enfermedad. Yo Era su emperatriz cuando las hojas decían su amarillento adiós a la vida. Un pobre estanque de agua turbia y patos tristes yacía moribundo en su lecho. Mi jardín estaba hecho de nerviosas ramas de árboles desnudos que, como largas manos de bruja, acariciaban la esfera de mi universo.

Alfonsina, la mar y el sol

“¡Rezad por mí!”. Alfonsina salió de la habitación del hotel con sus zapatos estilo Guillermina y su abrigo. Caminaba por la calle que llevaba al mar, llevada por un impulso desesperado. Descendió las escalinatas y sus pies tocaron la arena. En una mano, sus zapatos estilo Guillermina. En la otra, su abrigo. Se introdujo en el agua mientras pensaba: “¡Rezad por mí!”. Su cuerpo fue descendiendo por escalinatas de corales. Su cabeza desapareció, al sumergirse en el seno materno, mientras El Sol , asustado, todo lo veía.