Dimensiones

Super yo

La joven entró en el oscuro túnel de la adolescencia sola y asustada. Mientras la inercia de la desidia la llevaba por el gris cilindro y la luz del fondo parecía nunca divisarse, la pequeña fue concibiendo en su mente una menuda linterna que la serviría de faro luminoso en la noche oscura de su juventud. Sumida en un profundo sueño y más despierta que nunca, de su mente surgió un haz de huesos y carne, que portaba una fantasmal y deslumbrante figura.

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Sade

De pronto cargadas nubes cubrieron la ciudad. Una lluvia de hierba verde empezó a caer suavemente sobre el cuerpo inmaculado de la mujer desnuda. La hembra, recostada plácidamente sobre el cesped del jardín, dejó que las frescas briznas marcaran su sexualidad. Como un remolino, la húmeda hierba cubrió sus genitales, los exuberantes pechos y sus dos axilas , que se abrían como conchas , despidiendo el olor de su sexo.

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Rayas de pentagrama

Una loca desdentada de ojos azules saltones daba gritos por las calles, tarareando las melodías inconexas de las emisoras de su radiocassette. Las canciones saltaban de una a otra, hiladas por la mente caótica de la enferma. En su paseo por la ciudad las melodías alienantes llegaron a los oídos del viejo artista de la guitarra. Su ventana de un primer piso se abría de par en par exhibiendo copias de cuadros renombrados. Sentado en una esquina de la salita, mirando a la ciudad, el anciano músico tocaba una desvencijada guitarra de cuyas deshilachadas cuerdas se evaporaban sonidos clásicos.

Proyecciones

La adolescente pordiosera iba sin rumbo de un lado a otro de la gran ciudad, mendigando caricias de identidad. Era una mañana fresca de primavera. La Luz , tan brillante y cegadora como triste, hacía de la ciudad un paisaje urbano que pintaría el mismísimo Sorolla y se introducía en el corazón de la joven bañándolo de una inmensa melancolía . La quinceañera ascendía por las calles de forma frenética y alocada. De vez en cuando , rompía el paso rápido en carreras fugaces que la desahogaban de la pesadez de una reprimida energía.

El hombre del espejo

El hombre del traje gris interrumpió su trabajo por un instante y se secó el ardiente sudor de su frente con un sucio y arrugado pañuelo. Prosiguió desarmando el carro de la compra hasta dejarlo convertido en un esqueleto de metal. Sobre su base colocó el rectangular espejo con sumo cuidado y no sin dificultad. Con unas cuerdas deshilachadas comenzó a amortajar el espejo , haciendo descargar el muerto lago sobre el armazón metálico que se había convertido ya en su tumba. Abrió la puerta de su casa y arrastró el carro hasta el comienzo del viejo descansillo de madera.

Alumbramiento e introducción

La mujer muerta yacía sobre lo alto de una torre en medio del desierto desolador. Las aves rapaces , como siniestras sirenas , profetizaron con sus gritos desgarradores la muerte. Planeando con sus gigantescos y negros abanicos , se abalanzaron ávidamente sobre la mujer , comenzando a desgarrarla en dimensiones.