El arte

El parto

Un paritorio y, en el centro, una mujer o un hombre; una mujer o un hombre desgarrados por el dolor de la vida. El sufrimiento devora sus entrañas de las que nacen obras maestras que alumbran la historia. Un creador, una creadora, cuyo corazón, cuya mente anidan hijos de la vida, obras de arte hechas con sus traumas, sus tragedias, sus desilusiones, sus alegrías, sus esperanzas. La vida es un constante parto en el que el hombre continuamente nace a ella con dolor. La sangre, la carne, el sufrimiento y la tragedia se mezclan con el espíritu, la esperanza y la alegría.

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El Organista

El portón de la catedral fue abierto. El templo gótico, lleno de claros y oscuros, olía a rancia humedad. La iglesia estaba vacía. Un silencio de muerto la invadía. El organista subió lentamente por las escaleras de caracol que iban a dar al coro. El peso de los años le hacían ir con tiento y cuidado. Un gran órgano de madera, con sus enormes tubos de metal dorado, que cubrían toda la pared en abanico, lo estaba esperando. Descubrió con la fuerza que le quedaba la tela de terciopelo que lo tapaba y, acto seguido, tras mirarlo y santiguarse con profundo respeto, se sentó sobre el taburete.

El Extrañador

No era una mañana cualquiera. Se levantó y miró la taza de café como quien la ve por primera vez; su color azul y amarillo. Sus flores estampadas sobre la loza. Se quedó ensimismado mirándola y preguntándose si era cierto que esa taza de café pertenecía a su vida. Salió de casa y su vecino de enfrente, como siempre, lo saludó al coincidir en el ascensor. Miraba ese rostro tan fijamente que el vecino se extrañaba de su actitud; la cara del hombre que tenía un bulto sobre el ojo; ese tumor con el que siempre iba desde hacía veinte años y que ahora a él le había parecido todo un descubrimiento.

El club de las tullidas

Siempre había soñado con pertenecer al club de las bellas y geniales tullidas, donde brillan con luz propia la hombruna Frida, que acabó arrastrando su pierna porque un hierro le atravesó todo el cuerpo, como si alguien hubiese decidido que su destino pasase por colocarla al modo de un pollo para ser asado; donde la enorme belleza de la coja Clodel iba anunciando su gran talento; donde la enfermedad de la sensible McCullers degeneraba en todos sus personajes; donde la suicida Sylvia Plath acabaría reinando con su cabeza metida en el horno de la cocina; donde la reina del histerismo, la mística Teresa de Jesús, flagelaba su cuerpo llevada por lance amoroso; el club de las bellas y geniales tullidas era el club más selecto al que una señorita podía aspirar.