El instante

Oler a muerte

Hacía calor, mucho calor. El pasillo del edificio era largo y estrecho. A ambos lados se disponían las buhardillas como cajas de cerillas. Cuando llegaba por las tardes de trabajar, de una de una de ellas salía una música machacona. Se decía que la inquilina era una mujer joven, sin dedicación alguna. El calor era realmente insoportable y de la buhardilla hacía días que no salía ningún ruido estridente. Un olor insoportable, dulzón como la muerte, empezó a hacer estragos en el edificio.

Nieves en su palacio

Nieves en su palacio. Su palacio lleno de ancianos con bastones, sillas de ruedas, sin piernas y brazos en cabestrillo. En la entrada, un elegante recibidor que pierde su brillo cuando uno se adentra en el edificio; olor de pañales sucios, viejos solitarios postrados en la silla de su habitación junto a una triste ventana. Peleas de chacales por los pasillos. Funcionarias cansadas que cantan a la muerte con palabras altas y malos gestos.

Mundo cebra

En un principio el mundo era de color blanco. Las mentes y los corazones de los hombres vivían en la inocencia. Pero el hombre sintió una fuerte curiosidad por conocer el otro lado del inmenso río. Fue entonces cuando hizo una barca y la embadurnó en su base con mucha pez. Gracias al líquido negro y grasiento, la barca no se hundió, y el hombre pudo llegar a la otra orilla. En la otra orilla vio un espectáculo dantesco, muy alejado de su universo de ángeles.

Mis cartas las facturas

En el buzón había unas cartas. Las rejillas de las cajas de cerillas, que una a una estaban dispuestas en hileras y en líneas paralelas, dejaban entrever unos papeles blancos. Aquel hombre siempre miraba su caja de forma ávida antes de entrar en la casa.

Mi cerebro es un bebe

Las cajas de medicamentos sobre las repisas. Tantos tamaños y tantos colores distintos. El aséptico olor a farmacia invade la farmacia. Una pordiosera medio ida entra en la misma: "mi cerebro es un bebe. Vengo del médico y me han dicho que estoy embarazada. Mi cerebro es un bebe; vestirlo, lavarlo, peinarlo, darle de comer, cambiarle los pañales. Mi cerebro es un bebe."

Mi casa es la de todos

Cinco casas. En el centro la más pequeña de todas. Alrededor la acompañan cuatro palomas blancas de cal y cemento. La más madrugadora, la más humilde que día a día descorre sus persianas desde horas muy tempranas. En ella habita una extranjera que desde hace poca ha venido al país y al pequeño pueblo a estudiar. Amanece y su luz se enciende como una abeja libadora. Comienza la actividad de la cáscara de caracol en la que la argentina de pelo enmarañado realiza sus faenas.

La penitencia

El viejo estaba postrado en un sofá cabizbajo con el periódico colgándole entre las manos. Su cabeza se ladeaba de vez en cuando por las cabezadas que daba en su siesta vespertina. Entre sueños recordaba amargamente lo que había sido su vida. En el centro de una pista de circo se encontraba con un látigo como un gran domador de leones. La fuerza de su carácter la blandía contra la piel de los animales salvajes.

El fragmentario

La vida era una línea recta. Una pista de atletismo con su principio y su fin. El mundo estaba lleno de atletas. El fragmentario representaba a un país de muchos habitantes, el llamado país de la fragmentación. Dentro del estadio comenzó su carrera con una equivocada posición de salida. Sus músculos no eran lo suficientemente fuertes como para colocarse con la necesaria tensión que le proporcionase una actitud de sentido y de firmeza. Y la carrera de la vida comenzó.