Oler a muerte
Hacía calor, mucho calor. El pasillo del edificio era largo y estrecho. A ambos lados se disponían las buhardillas como cajas de cerillas. Cuando llegaba por las tardes de trabajar, de una de una de ellas salía una música machacona. Se decía que la inquilina era una mujer joven, sin dedicación alguna. El calor era realmente insoportable y de la buhardilla hacía días que no salía ningún ruido estridente. Un olor insoportable, dulzón como la muerte, empezó a hacer estragos en el edificio.